José Antonio Luengo, secretario general de la Institución del Menor de la Comunidad de Madrid y autor de numerosas publicaciones sobre el sistema educativo, la atención temprana y la psicología del desarrollo infantil y adolescente, ha elaborado la guía El acoso escolar y la convivencia en los centros educativos. Guía para el profesorado y las familias, editada por El consejo Escolar de la Comunidad de Madrid. Una guía extensísima y de lectura obligada para padres, madres y educadores/as de la que hemos extraído información para nuestro próximo post.

El acoso entre iguales es un acto violento que se desarrolla intencionadamente, de forma reiterada, desde posiciones de poder y en el contexto de un clima de tolerancia, “ceguera ética” y tendencia a la invisibilidad. En este post, nos vamos a centrar en los protagonistas más directos del fenómeno: víctimas, agresores y espectadores y en las consecuencias psicológicas que éstos desarrollan por haber estado expuestos a este tipo de violencia.

El maltrato en la infancia genera graves efectos en quienes los sufren. Se producen daños neurológicos específicos que pueden provocar dificultades en el desarrollo posterior. Los estudios realizados hasta el momento hacen referencia sobre todo al maltrato infantil en términos generales, sin embargo, no hemos de obviar, que el acoso entre iguales es también maltrato.

Los efectos en las víctimas

En las situaciones más severas, las consecuencias y repercusiones que sufren las víctimas del acoso o maltrato entre iguales son:

  • Modificaciones notables en los patrones de alimentación, sueño, así como pérdida de interés manifiesto en actividades de ocio anteriormente habituales e influencia sensible en el desarrollo y rendimiento escolar.
  • Impactos severos en la conformación del auto-concepto.
  • Huellas notables en la autoestima o la consideración que uno tiene de sí mismo.
  • Impactos profundos en la configuración de una personalidad que se está desarrollando e importante desajuste psicológico. Efectos en su estructura, en el proceso de edificación del armazón que nos permite interpretar la vida.
  • Desfiguración y, en ocasiones, colapso en el sentimiento de seguridad emocional. Las situaciones de acoso deterioran de forma sensible los vínculos afectivos de quién lo sufre. La desconfianza en uno mismo, por todo y por todos, puede crear un grave desajuste en la configuración de la personalidad.
  • Desajuste perceptivo (incapacidad para percibir las posibilidades y opciones positivas y tendencia a negativizar las experiencias) e importante repercusión en la configuración de las relaciones sociales y de amistad.
  • Respuesta habitual de ansiedad y temor en los mecanismos de respuesta para afrontar demandas inesperadas y pequeños conflictos ordinarios.
  • Importante incidencia de patología depresiva: aumento significativo de los sentimientos de tristeza y soledad.
  • Posible sintomatología encuadrable en el síndrome de estrés postraumático.

En todo caso, es importante considerar que no todas las situaciones de acoso van a provocar la misma sintomatología. Lo que ocurra como consecuencia del acoso no es un proceso exclusivamente ligado al hecho sufrido. La gestión de la situación y las variables a continuación señaladas pueden marcar escenarios diferentes de impacto y repercusión.

  1. La red de apoyo a la víctima.
  2. Las características de personalidad de la persona agredida, sus habilidades de afrontamiento.
  3. La respuesta de los iguales y compañer@s, los observadores/as.
  4. Las condiciones de seguridad y posibilidad de denuncia existente en el entorno.
  5. La implicación de tutores y educadoras en la promoción de la convivencia pacífica, y las medidas de prevención e intervención definidas en el centro educativo.
  6. La respuesta de la familia de la víctima.
  7. La respuesta de la familia de los agresores.
  8. La existencia y calidad de respuesta por parte de los apoyos especializados.
  9. La comunicación familia-escuela.
  10. El clima de convivencia en el centro educativo.

Los efectos en las personas agresoras

L@s agresor@s, ya desde la adolescencia o pre-adolescencia (en algunos casos desde la niñez) pueden instalarse en la sensación de superioridad y corren, si no se actúa adecuadamente, el riesgo de estabilizar un perfil de trato con los demás de dominancia-sumisión del que difícilmente puedan escapar, sobre todo si sus acciones son “premiadas” socialmente con la popularidad y el temor de los demás.

Algunas de las consecuencias que pueden evidenciarse en los agresores/as (Crespo, 2016) son:

  • Generalización de la conducta para establecer vínculos sociales, lo que conduce a establecer relaciones sociales y familiares problemáticas.
  • Aumento de los problemas que indujeron a abusar de su fuerza, falta de control, actitud violenta e irritable, impulsiva e intolerante, muestras de autoridad exagerada, imposición de sus puntos de vista y consecución de sus objetivos mediante la fuerza y la amenaza.
  • Disminución de la capacidad de comprensión moral y de la empatía.
  • Identificación con el modelo de dominio-sumisión que subyace tras el acoso: las perturbaciones emocionales afectan también al acosador.
  • Riesgo de seguir utilizando la violencia en el futuro, en el mismo y en otros contextos.
  • Pérdida de interés por los estudios y fracaso escolar.
  • Posibilidad de presentar conductas delictivas en el futuro.

Los efectos en l@s observadores/as

Acostumbrarse a vivir con lo inmoral y dañino para otros sin reaccionar, sin tomar postura solidaria con el que sufre habilita y da cuerpo a una forma de interpretar la realidad y el papel que tenemos en ella. Puede dar lugar a la indiferencia, la insensibilidad, la apatía, el desinterés, la tibieza…. Acabamos armando un argumento, una explicación incluso, pudiendo a llegar a justificar futuras situaciones injustas, permitiendo que germine en nosotros una forma de ceguera ética que puede condicionar nuestra vida. Algunas de las consecuencias que pueden darse en los espectadores son:

  • Refuerzo de posturas individualistas y egoístas.
  • Falta de sensibilidad ante los casos de violencia.
  • Valoración positiva de la conducta agresiva.
  • Apatía.
  • Insolidaridad respecto a los problemas de los demás.
  • Riesgo de ser en el futuro protagonistas de la violencia.

Por todo esto, es tan importante que toda la comunidad educativa, padres, madres, educador@s y alumn@s se movilicen de forma proactiva para frenar el acoso y el ciberacoso y propiciar un clima de convivencia que garantice la seguridad, la protección y el derecho de todos y todas a convivir pacíficamente, democráticamente, apoyados en el diálogo y en la resolución serena de los conflictos.


Gemma Hernaiz

Psicóloga. Máster en Psicología Clínica en Intervención en la Ansiedad y el Estrés. Más de 10 años en intervención directa con colectivos vulnerables en Reino Unido y España, así como experiencia en el trabajo con adolescentes y familias.

Con el apoyo de: Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, financiado por la Unión Europea-Next Generation EU