Desde la Consejería de Políticas Sociales y Familia de la Comunidad de Madrid han elaborado la guía «El acoso escolar y la prevención de la violencia desde la familia» para ayudar a las familias y profesionales de la educación a detectar, prevenir y tratar los problemas relacionados con el acoso escolar y otras formas de violencia.

Dado que es una realidad que preocupa cada vez más a las, hemos resumido una serie de tips obtenidos de ésta guía para saber si su hijo podría ser víctima de acoso y cómo ayudarlo.

El hecho de mantener una comunicación de forma continua en la familia sobre cómo es la vida del adolescente en la escuela puede ayudar a detectar el acoso y otro tipo de problemas. Preguntas del tipo ¿Qué tal lo has pasado hoy?, ¿Qué es lo que más te ha gustado?, ¿Con quién has estado en el recreo? Son útiles para tener una comunicación más fluida y que el adolescente esté mas abierto a confiar en nosotros en el caso de tener cualquier problema. Es cierto que, en muchas ocasiones, las víctimas de acoso tienden a ocultarlo, bien por miedo a represalias de sus acosadores/as o para evitar preocupar a sus familias.

Éstos son indicadores de que un adolescente está siendo víctima de acoso:

  • Miedo o rechazo a ir a la escuela: que se manifiesta a través de excusas o simulación de enfermedades o problemas para no ir, sobre todo si ese miedo parece aumentar en los contextos en los que es menor la supervisión de los adultos (como el recreo, los pasillos y los alrededores).
  • Ausencia de amig@s: aunque no sea siempre un indicador de acoso, incrementa el riesgo de que se produzca y reduce la calidad de vida en la escuela.
  • Problemas emocionales que puedan surgir como consecuencia del acoso: tristeza, depresión, ansiedad, cambios bruscos de humor, insomnio, ansiedad o el retraimiento, en ausencia de otros motivos que lo justifiquen, podrían ser señales de alarma de que se está siendo víctima de acoso.
  • Evidencias físicas de maltrato, como moratones, rupturas en la ropa, pérdida no justificada de objetos… etc.

Además de los indicadores antes descritos, a menudo también presentan otros síntomas como:

  • Problemas físicos: dolores de cabeza o estomago, insomnio…
  • Cambios de comportamiento en el uso de dispositivos o acceso a Internet. Por ejemplo, no querer usar un determinado dispositivo, juego, aplicación, plataforma… cuando antes de la situación de acoso ocupaba gran parte de su tiempo.
  • Cambios emocionales: bajar la autoestima, aumentar la ansiedad, sufrir estrés o frustración…
  • Conductas autodestructivas.

Aunque estos problemas no son siempre indicadores de maltrato, si se observa alguno de ellos conviene conocer su causa a través de una comunicación serena que transmita al adolescente la confianza para poder contar lo que le sucede.

Los estudios realizados sobre las consecuencias que los distintos tipos de violencia produce en los adolescentes, incluido el acoso, reflejan que es importante proporcionar desde las familias cuando hayamos detectado algún caso de acoso en nuestr@s hij@s, las siguientes medidas:

  • Escuchar con atención y serenidad lo que tiene que contarnos, transmitiendo al adolescente que le creemos y que tiene todo nuestro apoyo. Una de las principales amenazas de quiénes abusan, es decir a la víctima que si lo cuentan no le van a creer o le van a reñir, dos respuestas que es preciso evitar.
  • Hacerle sentir que no es culpable de lo sucedido evitando frases del tipo “ya te lo había dicho yo…” “Eso te pasa por no hacerme caso….”
  • Mantener la calma en todo momento para no asustarle y también para evitar daños futuros, conviene consensuar con el adolescente las acciones que vayan a llevarse a cabo.
  • Trasladar a la escuela el problema y llevar a cabo una colaboración familia-escuela para detener la violencia y evitar que vuelva a repetirse en el futuro. En la mayoría de los casos, ésta colaboración debería ser suficiente, a través de la intervención del profesor, modificando la conducta de los acosadores e incrementando la colaboración de todos los compañeros y su identificación con los valores de la no-violencia. En las situaciones más extremas puede contarse también con la ayuda de otros agentes e instituciones que puedan garantizar la seguridad (como equipos psicopedagógicos especializados, la inspección educativa o la policía).

También debemos saber que algunas de las principales consecuencias del ciberbullying para la víctima pueden manifestarse a través de daños psíquicos y un cuadro de ansiedad crónica, con un impacto psicológico, social y educativo, miedo a represalias y en ocasiones el sentimiento de culpabilidad que hacen que no informen a sus familias o profesores y lo sufran en soledad. Para el experto en tecnología de la Fundación Aprender a Mirar (FAAM) Álex Estébanez, en las víctimas:

Suele darse un descenso del nivel de autoestima causada por la indefensión, la inseguridad y el sentimiento de vergüenza, frustración e impotencia al no ser capaces de revertir la situación. Esto puede derivar en patologías que afecten y condicionen su personalidad, tales como depresión o fobia social, aislamiento e incapacidad de relacionarse con los demás por desconfianza generalizada manifiesta. De hecho, la tendencia a tener pensamientos suicidas por sufrir ciberacoso ha aumentado en los últimos años y cada vez afecta a niños de menor edad. Pero no solo tiene efectos negativos en la víctima, todos los implicados en un caso de este tipo se ven afectados en mayor o menor grado. 

Con respecto a los factores de riesgo más comúnmente tipificados (y reconociendo siempre su carácter relativo en cada caso concreto), según Rosario Ortega-Ruiz y Verónica Fernández Alcaide en su artículo La educación familiar: una vía para prevenir la violencia, algunos indicadores de riesgo en el caso de las víctimas son:

  • Escasas habilidades para negociar procesos sociales con sus iguales.
  • Excesiva timidez y dificultades para expresar su opinión.
  • Baja autoestima personal.
  • Escaso desarrollo del concepto de sí mismo/ a.
  • Sumisión a normas impuestas.
  • Excesiva necesidad de ser valorado o querido.
  • Bajo nivel de resistencia a la frustración.
  • Excesiva sumisión, también hacia los adultos.
  • A veces inmadurez general, incluso en el desarrollo físico.
  • Sin experiencias de ser tratados duramente por adultos.

Gemma Hernaiz

Psicóloga. Máster en Psicología Clínica en Intervención en la Ansiedad y el Estrés. Más de 10 años en intervención directa con colectivos vulnerables en Reino Unido y España, así como experiencia en el trabajo con adolescentes y familias.